LA FELICIDAD RESIDE EN EL OCIO DEL ESPÍRITU. Aristóteles
cuando uno se presenta como si fuera el Tío Gilito desentonando y mostrando un fajo de dólares en el bolsillo de la camisa.
Para viajar hace falta oficio y éste se adquiere con las penurias y la inteligencia, porque las reglas de juego del lugar al que vas no son las mismas que las del patio de nuestra casa. Pagar mordidas, sobornar en puestos fronterizos o inscribirte en el registro de entradas del país con una nacionalidad a la que no perteneces pueden ayudar -de hecho lo hace- a que andes el camino un poco mejor. El mundo no es un folleto de viajes y andarlo con seguridad -aunque lleves los calzones marrones- exige tenerlos bien puestos y ponerte en manos de guías nativos bien untados.
Las historias de viajes siempre van adornadas de belleza y humanidad -que también existe-, pero en el afán de idealizar lo realizado se omiten los robos y las extorsiones. Y es que viajar a sitios raros te expone a que te metan mano y se te quede el careto amarillo cuando te la hinquen. Uno se acuerda bien de algunos cambios de moneda que no debiera haber hecho o de tener que pasear acompañado con un madelman delante y otro detrás por algunos mercados a los que todavía no sabe si debió ir.
De la misma manera que me he encontrado a viajeros que sabían lo que hacían, también he hallado a otros en países tropicales protestando por los mosquitos o, a incautos en bazares con los bolsos abiertos y camiseta de la selección poniéndoselo a huevo para que les dieran matarile a la cartera. Luego son estos últimos los que reclaman seguridad y protestan ante la agencia de viajes, de la misma manera que te encuentras a espabilados en lugares a los que nadie les ha mandado ir y que cuando les hacen papilla claman a la embajada -que nunca está disponible- y piden a quien les corta las pelotas un móvil para llamar a casa.
Y es que una cosa es ser bobo y dejar que te desplume una compañía de viajes poniéndote un guía con un banderín y, otra es que se te quede la misma cara e implores a la Convención de Ginebra mientras solicitas -con instancia incluida- que respeten tus Derechos Humanos allí donde no valen nada.
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