jueves, 6 de enero de 2011

EL MUSEO EGIPCIO.

LA ESCRITURA ES LA PINTURA DE LA VOZ de FM Arouet

Quien viaje a El Cairo se encontrará con un caos insoportable de tráfico, de gente por las calles y no podrá evitar visitar las tres pirámides más famosas del mundo (Keops, Kefrén y Micerino), así como sacarse fotos junto a la Gran Esfinge. Tanto si es viajero por placer como si es amante de las antigüedades se dará un paseo por el Museo Egipcio y allí se encontrará con  aglomeraciones de personas venidas desde primera hora del día para acceder a él.

Fundado por el arqueólogo francés  Auguste Mariette en 1.858, constituye un maremagnum de más de 120.000 objetos clasificados de las diferentes épocas de la egiptología. Su visita es por sí sola un motivo más que suficiente para acercarse a El Cairo. Recorrer la sala de las momias (siempre atestada de gente), el gran tesoro de Tutankamón, o pasear entre objetos procedentes del Valle de los Reyes, de Luxor, de Tebas... constituye una experiencia inolvidable para la persona más viajada. En la planta baja encontraremos papiros, monedas y objetos procedentes del antiguo, medio y nuevo imperio, que a quien llegue por primera vez dejará atónito.

Pero el visitante tiende a pasar deprisa ante la emorme cantidad de objetos expuestos, y lo hace en busca de la planta superior, en la que se encuentra el tesoro de Tutankamón con más de 3.500 piezas. La curiosidad del paseante no se verá saciada ante la cantidad de objetos que irá observando en vitrinas o ante moles pétreas compuestas por esfinges, máscaras funerarias o sarcófagos. Quien haya visitado la colección de arte egipcio del Louvre o del British Museum echará en falta la tranquilidad con que en ellos se pasean entre las momias y el sosiego que allí se respira.

Es así, en el museo la bella Nefertiti, el sacerdote Raholep, el escriba sentado o el rey monoteísta Akhenatón nunca estuvieron tan acompañados de esculturas, relieves, cerámicas, objetos de la vida cotidiana o pinturas de extraordinarios coloridos. Y entre ellos, Boris Karloff arrastrando sus vendajes para que Carl Freud, en 1932,  filmara  La Momia metiéndonos a todos un poquito de miedo al más allá.