domingo, 6 de diciembre de 2009

- EXILIO ESPAÑOL


Quiero escribir este texto evitando la palabra España, porque fueron personas que la amaron quienes más la sufrieron y porque dudo que algunos la sintieran como tal. Esos son los casos de las comunidades judías y mozárabes del Al Aldalus que en un determinado momento de la historia tuvieron que emprender exilio a los reinos cristianos del norte.

Faltó tiempo para que tras la caída del reino nazarí de Granada los Reyes Católicos firmaran el edicto de expulsión de los Judíos. Ciudadanos de la misma lengua que tiempos atrás habían contribuído con sus arcas a la toma de la ciudad. Fue un éxodo triste y cruel que vació la península de gentes amantes de ella. País cainita al que el cardenal Cisneros contribuyó con conversiones religiosas forzadas al reino de Castilla. En 1609 Felipe III firmaría el destierro de los moriscos. Supondría diezmar el 16% de la población de Aragón y el 38% del reino de Valencia y vaciar la península de talentos.

Las fechas son irrelevantes, pero este solar ibérico no ha conocido paz. La espada y la cruz ha fundamentado la unidad nacional. País pasional, dado a las estridencias y a buscarse enemigos entre hermanos. La radicalidad siempre presente y el cuchillazo en el vientre. Todos los exilios fueron tristes, como el de los liberales amantes del progreso. Salieron en oleadas, en la segunda 20.000. Se fueron, muchos, para no volver. Espronceda, Larra, Goya... recorrieron las calles de Londres, Burdeos o Marsella alimentando el amor a una tierra que les olvidaba.

Después llegarían los carlistas y en el mismo siglo se repetiría la historia dos veces. Soldados e intelectuales que no aceptaron el "abrazo de Vergara", pusieron rumbo a Francia y a América. Pueblo que olvida facilmente y que volvió a exiliar a personas insignes como a Francisco Ferrer o a Manuel Ruiz Zorrilla. La sangría humana se realizó por la desidia real ante un pueblo fiel. Fernando VII, Isabel II o Carlos VII, estuvieron siempre más pendientes de su poder absoluto que del estado.

El Siglo XX llegó convulso y como siempre dividido. La cruz y la espada contra la república. Otra guerra sangrienta entre hermanos en la miseria y como en los siglos anteriores dividida en verdades absolutas. Como siempre, prestos a descerrajar las ideas del vecino de un tiro o ha denunciar por envidias. Una guerra civil fratricida que fue el éxodo para muchos. Antonio Machado murió apenas puso el pie en Francia, pero antes se fueron grandes como Unamuno y con él Juan Ramón Jimenez, León Felipe y tantos nombres..., que ahora uno se pregunta si la obra desarrollada en el exilio por Sanchez Albornoz, Luis Cernuda, Juan Goytisolo..., puede considerarse española.

Francisco Ayala es un ejemplo excepcional; buen hilo conductor de los tres siglos que tocó su existencia. Murió en el XXl y lo hizo sin ver el fin del exilio para muchos. Me refiero, y aquí quien escribe quiere andarse con tiento, a las personas que en Euskadi tienen que dejar su tierra. Los unos, porque cruzan la frontera clandestina de Francia y viven su éxodo por países como Cuba o Cabo Verde, porque por su verdad matan. Estos no vieron sus aspiraciones satisfechas en la reconciliación de la transición y se consideran legitimizados para defenderse de un estado que no consideran suyo. Los otros son quienes tienen que dejar la misma tierra que sus verdugos, los del también exilio forzado. Tierra que separa y necesitada de perdón.

Este es un breve recuerdo a los miles de éxodos, consecuencia de la envidia y la sinrazón. Miro a América y veo un continente también en luchas fratricidas. Y uno sospecha que en un momento de la historia, en este solar de la península ibérica, se tuvo que producir una mutación genética que trasladamos allá.

Ésta es tierra de banderizos que hizo huir a grandes como Ibn Arabi de Murcia, Maimónides o Averroes. Expulsó a guerreros como el Cid o encarceló en un destierro interior a Fray Luis de León. Hizo salir de un país necesitado a las dos Rosas de Castro y Chacel. Prescindió de los Jesuítas a los que prohibió su estancia en el país y exilió a reyes, hasta el punto de que el último nació en el extranjero, en un acto de gran hermanamiento con la historia.

El solar ibérico siempre despreciando a sus gentes, forzando aún hoy a sus investigadores a salir en emigracionas forzadas. Lugar de reconquista de ideas y heredades y, por encima de todo, de rencores. Acostumbrado a ganar o perder, sin medias tintas, con la radicalidad como presente y descargando la culpa de los males a los rivales. Siempre señalando con el dedo los desmanes y poco dado a reconciliaciaciones, donde el perder se paga con el exilio.

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