Uno se pregunta muchas veces si la democracia tal y como se lleva a término no es el uso moderno de la dictadura. En nombre de la libertad se establecen leyes, normas y consignas que perpetúan un pensamiento único. El sistema admite pocas críticas porque es consustancial a él ser lo mejor. La razón se legisla y los elegidos pueden llegar ser déspotas por el tiempo que ostenten el poder.
Cuando se vota a un político éste no representa a los elegidos, sino a intereses de terceros y a organizaciones que responden a usos particulares de la política. Habrá escaramuzas entre los partidos pero ninguno de ellos pondrá en entre dicho el sistema, lo revisará o lo pondrá en duda. En él las verdades son eternas en aras de lo menos malo.
Los mismos elegidos son los guardianes. La democracia para el individuo se resume en ir a votar después de campañas mediáticas en las que se resalta su importancia. Su participación se limita a eso y durante el tiempo restante no será nada ni nadie. Perderá la capacidad de opinar e influir. Cederán sus derechos a otros que los usarán a su antojo. La banca gestinará los rendimientos de su trabajo y los políticos sus intereses personales.
Su vida estará en manos de terceros que se la gestionará en un universo de mitos y creencias. Dirán que trabajarán por él pero sin sus ideas, sus pasiones e intereses. Los elegidos reducirán a los electos a lo mínimo, para que quienes se valen de ella
ejerzan su dictadura con un alo de libertad.
Urge someter el sistema democrático de occidente a revisión, preguntarse cómo lo queremos y qué papel tenemos que desempeñar todos. Y sobre todo urge poner al individuo en el centro del sistema, como protagonista que es preguntado asiduamente por cómo quiere su diálogo con la sociedad en la que vive.
Persiguiendo a Gabo
Hace 11 años
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