
Términos como libertad, solidaridad, igualdad .... normalmente son acogidas con agrado y nos predisponen a sintonizar con el otro. Son palabras-trampa que desatan en el subconsciente del individuo anhelos ancestrales.
Así, la libertad que nos presenta la sociedad de hoy, es aquella que se adapta a sus intereses de producción laboral y mercantilización del descanso. Hay quien dice que para zafarse de ello es necesario que el ser humano se preocupe de si mismo y sea consciente de sus necesidades, enfrentándose a su yo y deseos.
Lo cierto es que una sociedad u organización cuanto más desarrollada en términos económicos y sociales, tiende a estructurarse más y por ello,a reglamentarse. Se presentan cómo éxitos los planes de calidad en empresas o la excelencia en la gestión. La trazabilidad y los manuales de instrucciones garantizan que el producto final vaya a ser siempre igual. De esta forma se pueden hacer coches con dos ruedas que no sirven para nada, pero que estarán bien hechos. Igualmente se garantiza que una paella sabrá igual independientemente del lugar del mundo donde se realice.
Las sociedades más desarrolladas lo son porque están muy reglamentadas. Las normas invaden todo el universo de la persona, por eso clamar libertad no deja de ser un contrasentido. Sería mucho más sencillo ir a buscarla a una tribu en estado primitivo, pero posíblente las condiciones precarias de vida nos haría renunciar a ésta con el objeto de una vida más cómoda.
El sociedad comunista buscaba una sociedad igualitaria y libre en un intento de que el ser humano no fuera esclavo de las relaciones de producción. El sistema fracasó porque las personas al final somos egoístas y preferimos perder valores a tener una vida subyugada a estos.
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