sábado, 2 de mayo de 2009

PUERTO DE LA LAGUNA



-¡Ni por la Virgen del Carmen, ni por San Miguel Arcángel! Bajo palio sólo van los curas y el copón de la baraja. ¡Vayamos donde los franciscanos de Santa Úrsula!.
-Van a dar el toque de queda y nosotros de cofrades.
Fiesta del Corpus en La Laguna. La marinería había desembarcado a tierra, algunos con pase de pernocta incluido.
Con más ansias de fiesta que fervor, asistimos a la Santa Misa y a la procesión. Por allí, por esas calles mal empedradas y malolientes dimos a encontrar el único mesón que escondido aceptó nuestra bolsa para dejarnos pasar de tapadillo
Allí nos topamoscon unos tipos de bajo estofa que al momento nos miraron como a unos manolos jóvenes y pajarracos. Alguno nos dedicó sonrisa altanera y otro desdentado nos pareció que escupía a nuestro paso. A Martín, como buen andaluz, no le faltó tiempo.
- Arístides, nos ponen la alfombra.
- Calla y acomódate.
- No me acomodo donde no me llaman.
- Madre de Dios, ¡siéntate!
- Lo que siento es que vamos aviáos. Traje de gala y tafetán almidonado. Somos cadetes guardia marinas del Rey y nos deben un respeto, joder.
- Martín...,
-¡Mesonero!: Jumilla.
Hombre grande y redondo, con refajo ancho de donde asomaba un cuchillo de palmo para dejar las cosas claras de antemano. Temeroso más de sus billetes que del Santo Oficio.
-¿Vino dulce para los Señores?
- Al carajo con esta mierda.
- Martín...
- Potaje de la trébede y jumilla, partiez.
- Será el vino que haya y el guiso es encargo de la mesa del rincón.
Tres capas largas y una joven con toquilla, se ocultaban al abrigo del quinqué. Estaba claro que en el jubón había daga y en el tahelí espada. Lo suyo era un ausencia notoria.
Ahí debimos haber dicho adiós y desandar lo caminado. En fin, que la juventud tiene prisa y más cuando tocan a degüello. Con los aparejos puestos y las velas ceñidas que la Virgen del Carmen nos guie, como a Santiago en Clavijo.
- Martín, ¡vamos!.
- ¡Vino dulce! Arístides, nos ha puesto vino dulce.
- Vuestra merced tenga el gusto de quitarnos este vino aguao.
Risas y chanzas en el auditorio.
Siento reconocer que después de ser yo quién le pidiera repetidamente templanza a mi compañero el que en un mal momento arrojó la jarra y la estrelló contra la trébede fui yo. La marmita cayó al fuego y mil chispas inundaron el local. El mesonero sacó el trabuco. Martín tiró la mesa al suelo y arrojó el trípode sobre el que había estado sentado contra éste. Al tiempo que llamaba al Santo Oficio porque el local estaba abierto en Corpus. El desdentado y algún compañero más de Baco se dieron por aludidos y como si no quiere la cosa sacaron albaceteñas y pistolas cebadas.
- Cosa grave Arístides.
- Que cada perro se lama su cipote. ¡Corre y a la cocina¡
Y así saltando sobre mesas y esquivando mandobles, llegamos mal que bien a una cuadra más que cocina, donde trancamos la puerta. Alguien debió alertar de la jarana, porque por ahí apareció el alguacil -luego supimos: Poncio Betancourt- con dos arcabuceros. Toque de generala y estampida. Cada cual con su mochuelo, y a río revuelto ganancia de pescadores.
- Trastabillados, Arístides.
- Mesura Martín, que es el Corpus.
- A correr que llueve.
En estas estamos hechos unos harapos y deseando que alguno se cueza en marmita a fuego lento.
- ¡Toque de embarque!
- La guiñamos Martín
La Carraca la llamábamos por ser pesada y abombada. Lastrada con moluscos y heces en la sentina. Una perla de este imperio, con caída a estribor, que en su día los holandeses nos regalaron junto con un puñado de reos franceses que más valiera se hubieran muerto. No es que nosotros estuviéramos sobrados, pero cuando la abordamos era de mucha lástima ver gente tan famélica.
Al subirlos a bordo, bien supimos porqué los nos daban el premio. Una metralla de piojos, sarna y disentería escaló por la amura, que al poco ocasionó gran percance en nuestros ánimos. Los holandeses siempre fueron buenos comerciantes. Ellos pusieron a salvo su pellejo y a nosotros nos dejaron el pescado podrido.
Desde entonces La Carraca está anclada al abrigo del puerto con mi Capitán Melchor Benavides haciendo penitencia por su mala suerte. Lástima me da verle pasear en el Alcázar de popa con una ropa tan vieja como el mismo barco. Mal fario y escasa marinería para un barco necesitado de estopa, brea y de un despacho que le lleve a la rada, donde adecentar fondos y sustituir arboladura.
Olvidados estamos de abitualla y pago de soldada. Al Capitán le avergüenza, pero tolera los reteles y la carnaza para mitigar las sopas hervidas.
Grave es la cosa desde que Melchor Benavides anduvo en Puerto Plata detrás del Corsario Inglés Cronwell. Varios días estuvieron jugando al perro y al gato. Ambos tratando de ganar barlovento, viéndose los bigotes y desafiándose con guiñadas y ceñidas.
El amanecer del cuarto día fue claro y a tiro de bala rasa. Quiso nuestro capitán forzar y llevar a la presa contra la costa . Con el Ángelus el cielo se cubrió y una fina lluvia dio paso al aguacero. Templamos escotas, sujetamos estáis y largamos más vela. El agua salia a chorro por los imbornales.
Quiso la desgracia que ellos preveieran la maniobra. Viraron por avante. Rectificamos y soltamos una andanada por babor que quedo corta. Capearon mientras nosotros pasábamos y la desgracia quiso que quedáramos a merced de los acantilados. El cazador cazado en su propia trampa. Embarrancamos en una ensenada rocosa. Cayó la nave de estribor e hicimos cuanto pudimos por quienes pedían auxilio y encomendaban su alma al Santísimo. Tristes fueron las horas que allí estuvimos a capricho de las olas Y suerte tuvimos que un correo con despachos alli nos divisara maltrechos, más cadáveres que personas.
FOTO: 7islas.blogspot.com